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jueves, marzo 27, 2008

EL POLIFUNCIONAL*

Siempre jugaba donde lo ponían, daba lo mismo si faltaba o sobraba gente, eso no le importaba a él ni al técnico, siempre jugaba, pero nunca en su puesto. Es más parece que nadie sabía cuál era su puesto, solo que siempre me metía dentro de la cancha con los 11 que empezaban y era de los que siempre terminaba el partido. Me atrevería a decir que nadie conocía su nombre, yo lo llamaba por el número que usaba en su camiseta... y claro, eso cambiaba todas las semanas. Un domingo era el arquero, a la otra el nueve, seis, siete, tres, cuatro, etc. Nadie fue tan práctico de darle un número y no quitárselo más.
Tenía más años que cualquiera del equipo, siempre jugando en la tercera titularísimo pero sin puesto definido, como no era la figura nunca lo habían subido a de serie. Aunque todos sabían que en primera, con los perros grandes igual jugaría y bien.
Una sola vez hizo un gol, pero no lo celebró. “Fue de suerte”, se limitó a decir cuando todos corrimos a felicitarlo.
Cuando llegue al equipo me preguntó de qué jugaba, no recuerdo que le respondí.
La cuestión es que solo se limitó a decir: “Si no vienes me avisas para ocupar tu lugar”.
Un hombre de pocas palabras, mejor dicho casi sin palabras. Con una prominente frente llegaba todos los domingos a la cancha para combatir con el rival de turno. Nada de su vestimenta hacía presagiar que fuera un gran jugador, por qué has visto a esos idiotas que se compran zapatos costosos, usan las mismas canilleras que Beckham y se tiñen el pelo y otras mariconadas futbolísticas que de nada sirven para el juego. Bueno nuestro hombre era todo lo contrario, pero si tenía buena presencia, lustraba sus zapatos aunque la cancha fuera de tierra, nunca presentó una calceta rota o con el elástico gastado, era pobre, pero cuidaba de su facha.
¿Por qué tú no eres el capitán?, le pregunté esa tarde a horas del clásico con Libertad en la cancha ocho. Antes de que respondiera se acercó el Beño y se sumó a mi oferta. “Hueón, voh erí el que más tiempo lleva en el equipo, nunca faltas… deberías”, acotó nuestro delantero centro mientras bajaba un apetitoso melón tuna con vino.
“No, gracias”, fue su certera respuesta, ni siquiera nos miró y siguió contemplando el tierral donde jugábamos. “Puta hueón, el viejo me entregará a mí la jineta y te la pones, sino a pata el raja te la chanto de cintillo, ¿estamos claro?”, gritó Beño sentado con su melón, al cual no soltaba por ningún motivo.
Una hora antes del partido. El Beño se acercó al viejo que era nuestro técnico. El viejo que en realidad se llamaba Igor y fue una de las figuras del Horizonte Nuevo hace unas décadas. Era arquero e imitaba al Loco Gatti sin conocerlo, porque el jugó en los cuarenta.
“Viejo Igor no quiero ser el capitán, le daré la jineta al ocho”, le dijo este hueón. Al Igor no le importaban esas cosas. “Me da lo mismo quien chucha sea el capitán, la huea es ganarle a estos hijos de puta, que nos han cargado toda la semana”.
Y en realidad nos habían hueviado toda la semana, al viejo Igor lo seguían por las calles de la población gritándole cuestiones. Que nos ganarían, que nos pegarían, nos sacarían los ojos y que más encima nos quitarían las minas, pero lo que más le dolió al viejo Igor fue que un pendejo de Libertad, el volante tapón de ellos, dijo que se metería con la nieta del viejo que solo tiene tiernos 16 años. “Me la haré chupete”, creo alcanzó a decir antes que el viejo con puntería milimétrica le atinara con una piedra en la frente.
“Al hueón del parche, le sacan la chucha”, fue la primera instrucción, lo chistoso fue que tres de los once que entraron a la cancha estaban con parche. Nadie preguntó a quién había que darle, porque todos sabíamos la respuesta: “A los tres”.
El ocho no quería ponerse la jineta, no había caso. Sin decir palabra alguna se negaba escondiendo el brazo, corriéndose del lugar, dejando botado el brazalete, que de haberlo hecho cualquiera significaba la expulsión del equipo, pero todos sabíamos que el viejo era especial y a él se le soportaba cualquier cosa, cualquier cosa.
“Mira hueón si no te pones la jineta, estos pendejos no entran a la cancha, por tú bien ponla en tu brazo porque sino yo mismo te sacaré la chucha”, le aclaró con tono paterno nuestro vetusto entrenador y, de acuerdo, a las historias las pocas veces que el viejo se puso a pelear fueron verdaderas batallas cámpales, guerras a punta de combos y patas en lo hocico, por lo que hacerle caso era lo mejor.
La cuestión es que después del consejo con aires de amenaza de Igor, el ocho se calzó la banda de capitán, nos miró a todos con cara triste, me parece que tenía ganas de llorar. Entramos a la cancha con las ganas de sacarle los ojos a nuestros rivales, en especial a los tres giles con los parches en la cabeza. Antes del pitazo inicial estoy seguro que vi a nuestro capitán llorar y mirar al cielo, apostaría mi colección de revistas a que el ocho miró al cielo y después se secó unas lágrimas. Lo cual ya era raro, si nuestro hombre nunca daba señales de tener sentimientos.
El partido lo ganamos por 3 – 0, les pegamos a los 10 jugadores de cancha. El arquero se salvó única y exclusivamente porque no salió nunca al choque con nuestros delanteros. El viejo Igor en la mitad del partido ya nos tenía comprada la dosis de vinito tinto y sus coca colas para el licor de ave. Hasta ahí todo bien, solo que nuestro capitán jugó el peor partido de su vida, tan malo que fue sustituido. Cuando el asistente levantó la banderilla y la paleta mostraba que quien salía era el ocho, todos nos quedamos mirando. La barra nuestra ni siquiera aplaudió al guerrero que salía, más bien creo que quedó más sorprendida que los que estábamos en cancha. El ocho comenzó la retirada, pero antes miró a todos sus compañeros y dio las gracias sin palabra alguna, no hizo falta. Se acercó a mí y me entregó la jineta, me abrazó y dijo: “Gracias por la despedida hijo”. Atónito quedé, no fui capaz de hilar palabra y eso que durante el partido regalé puteadas al por mayor, no fui capaz de darle un abrazo al hombre que estuvo con el equipo durante años, desde que tengo uso de razón, y que por primera vez salía del campo de juego. El ocho salió, nadie se acuerda por quien fue sustituido. Al terminar el partido, todos fuimos a celebrar, nadie se acordó del ocho, solo nos percatamos que algo raro pasó cuando no se quedo al clásico jote post partido, sospechamos algo pero nadie le hizo caso. Explicaciones hubo muchas, desde el “Quedó triste donde lo sacaron”, “No soportó la presión de ser capitán” y hasta yo conté que lo vi llorando, pero nadie me creyó.
Pasó la semana y para el próximo partido fui yo el primero en llegar a la cancha y el último en irme. Nuestro hombre, el jugador de toda la cancha no apareció ese día y ningún fin de semana más. Nadie supo que pasó con él, si murió, se cambió de barrio, etc. Solo se comenta de él cada vez que un jugador nuevo llega al plantel y asegura que es polifuncional
.




*Este es un lujo que me doy. Hace tiempo que anda por ahí dando vueltas entre mis archivos, pero solo ahora quise mostrarlo para saber qué piensan los blogeros.
Saludos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Eso es futbol, sucede que siempre se dirigen las miradas hac�a las grandes ligas, los grandes jugadores y los grandes campeonatos.
Pero por cada celebridad futbolistica, existen miles de de tipos en todo el mundo que se las ven cada fin de semana con otros miles, que juegan, comparten y desde luego disfrutan practicando futbol.
�Vivan las ligas menores.!

Marco dijo...

Excelente!!!!
Fútbol puro.

Saludos porteños.

PaoValdivieso dijo...

hola que me ha gustado tu blog aun que el fut no se mi onda es una forma interesante de entenderlo como tu lo dices, te mando un besote cuidate.