Subscribe:

lunes, abril 03, 2006

El capitán Garra*

El capitán Garra era buena onda. De humor fácil y disposición abierta. Se vestía con atuendos formales. Cascos enormes. Manos enguantadas. Silbato en la boca. Encima de su moto recorría las inmediaciones del estadio. Levantaba polvo y su silueta relucía inconfundible. Siempre, a la hora comprometida, aparecía puntual en la puerta acordada de antemano. El capitán Garra alzaba la voz y le ordenaba a los guardias de turno dejar entrar a los muchachos. Permitir el ingreso. No fiscalizar como a los demás. Hacer vista gorda.
Y los muchachos hacían lo de siempre. Cantaban gran parte del juego. Tiraban humo blanco desde los costados. Entonaban adaptaciones de himnos rioplatenses. Y si era necesario, reaccionaban a su modo. Y así dejaron su estela en todos los estadios donde les permitieron el ingreso. En carreteras, buses, trenes, micros, calles y avenidas.
El viernes siguiente, antes del partido, bastaba un llamado al capitán Garra para que el ingreso al estadio fuera -otra vez- gratis.
Ojalá el capitán Garra fuera un personaje ficticio, un invento de mi mente fugaz, generado como un especimen para hacer más coherente este escrito. Pero existía. Existe. Y era feliz de ser reconocido por este apodo. Porque controlaba a los muchachos. Porque lo querían. Porque lo respetaban.
Y ojalá el final del capitán Garra fuera distinto. En una protesta, sufrió una grave agresión. Uno de los muchachos que lo querían, lo respetaban, uno de esos que él controlaba, le disparó. Y no pudo trabajar más. Perdió una parte de su cuerpo. No entraré en detalles.
Los agresores en los estadios siguen ahí. Y las medidas de seguridad continúan contra quienes cumplen la ley. Jamás contra quienes saben que delinquen. Todos saben cómo se llaman los infames. Dónde se instalan, cuál es su alias, su dirección, la puerta por la cual ingresan al estadio, el sitio por dónde se escabullen, sus números telefónicos para ser localizados. Y no hacen nada. Porque los dirigentes no sólo los amparan y protegen. Les temen. Y mucho. Porque los futbolistas financian sus viajes. Y les temen. Mucho. Porque los medios de comunicación mostraban sus cantos y sus figuras encumbradas en las rejas como sinónimos de pasión. Y les temen. Mucho.
Los ejemplos de solución son múltiples. Que los ingleses antes destruían todo y ahora no tienen reja. Que en Italia a los equipos ligados a esas hinchadas los descendieron de categoría. Que en Argentina no entran más a la cancha. Pero no estamos en Inglaterra, ni en España, ni en Argentina. Estamos acá. El problema es grave, pero la solución sencilla. A los dirigentes del fútbol chileno: ¿Permitirían el ingreso de esos hinchas en el living de su casa? A las autoridades civiles: ¿Accederían compartir espacio con los muchachos? A los medios de comunicación: ¿Pasarían una temporada con similares personajes?
No hay que pescarlos. Darles su verdadera importancia. Encerrarlos. Demostrarles que no hacen falta. Que esto no es de ellos. Que sigue siendo de quienes amamos la pelota. Y sus variaciones.
------------------------------------------------------------------------------------
* Cristián Arcos, periodista de la Universidad de Chile. Su labor profesional la ha desempeñado siempre en el área deportiva, ha trabajado en El Mercurio, La Tercera y Chilevisión.

0 comentarios: