Subscribe:

viernes, enero 20, 2006

SEPTIEMBRE, BRASIL, UN ARQUERO*

Pasó otro aniversario del fraude del Maracaná. Nuevamente fue tres de septiembre, uno de los peores recuerdos que tengo del fútbol. Desde el fondo de mi alma aún está esperanza para que el Congreso se ponga a trabajar, en serio, y saqué una ley que suprima el ese día para siempre.
Que día más feo ese, tenía siete años, jugaba al arco y disfrutaba con las atajadas del señor Rojas, quién es el mejor arquero que he visto jugar. La portería con él al frente parecía arco de baby fútbol. ¡Un maestro!
Siempre reconoceré su talento, pero nunca podré perdonarle su actuar ante Brasil. Hizo trizas el sueño de conocerlo mientras era mi héroe.

Patricio Rojas, era compañero de colegio. Él era un afortunado porque su padre era amigo del “cóndor” y éste iría as su casa para celebrar su cumpleaños número siete. Sería el invitador de honor. El cinco de septiembre el arquero estaría a dos cuadras de mi hogar, el mismo que vi tantas veces en la TV y con él que sufrí cuando perdimos la final de la copa América contra Uruguay el 87 en Córdoba.
Dos días después del partido contra los ex - tricampeones del mundo estaría en vivo y en directo con mí ídolo. Ya tenía mis preguntas hechas: ¿Cómo fue que atajaste ese tiro en Perú para las eliminatorias del 86? ¿Cuál ha sido tu mejor volada? Y le pediría que jugáramos una pichanguita en el patio con el Pato, incluso ya había hablado con mi amigo para que me tirará una pelotita fácil para mi volada de presentación. Estaba todo planeado.
Ese mismo 3 de septiembre, había estado en la casa del Patricio y su papá me confirmó que Rojas venía en dos días más. Luego de esa noticia, pasé a la pieza de mi amigo y nos pusimos a ver las fotos que tenía con el “cóndor” y su padre me mostró unos guantes Reuch, que le regaló el arquero. Mis manos tiritaron cuando me los calcé, me sentí el mejor portero del mundo con esos guantes. Hasta ese instante nunca había tenido en mis manos una prenda así, siempre había atajado como lo hacía el mítico “Sapito” Livingstone, es decir a manitas peladas. Después de todo, las pelotas de plástico no dolían mucho.
Estaba de guata en el piso del living viendo el partido, con mi abuelo y mis hermanos cuando sucedió el hecho en cuestión. Tengo viva la imagen de esa camiseta número 11de Fernando Astengo, apuntando hacía el arco donde estaba tendido Roberto Rojas. “Negros conch.....”, dijo mi abuelo y se fue a prender la Cooperativa. Yo quedé de guata como terminando mi manda, rogando para que no le pasará nada al arquero de la roja y así pudiera estar en la casa de mi amigo. Eso sí, ya tenía resignada la oportunidad de jugar un picado con él.
Al otro día mi amigo fue a darme la mala noticia. “El tío Roberto no vendrá porque está mal”, me dijo.
Lo que pasó después es conocido por todos. Hasta el final le creí. Pasaron años y continué creyendo en él, hasta que vi la foto que sirvió de evidencia. “Yo no quería que su carrera terminará así, pero cuándo vi la foto algo me olía mal” señalaba el fotógrafo de la revista El Gráfico.
Traté de cambiar de espejo, pero no hubo quien se le pareciera. Pato Toledo cortaba centros muy bien, pero se comía goles idiotas en el primer palo. De los extranjero hubo muchos y excelentes, pero no podía ver sus partidos muy a menudo. Michel Preud'homme era bueno, pero jugaba en Bélgica y tenía oportunidad de verlo solo cada cuatro años. Los demás no alcanzaron
siquiera a rozar la pasión que sentía por el “cóndor”.
A Patricio Rojas, lo dejé de ver después que me cambié de barrio, nunca más supe de él. Yo estuve un buen tiempo sin jugar al arco por bronca. Cuando creí sana la herida que dejó el Maracaná, lo vi en el centro de Santiago. Quedé petrificado, no dije nada pasó por el lado mío en vivo y en directo. Recuerdo que lloré, no sé si por impotencia por verlo ese día cuando ya no era mi ídolo de los tres palos o por alegría porque pude darle mi silencioso y anónimo perdón.
Pasaron cinco largos años desde ese tres de septiembre cuando lo vi, el estaba más viejo, yo tenía mi primera fractura en un dedo. No jugué a la pelota con él, nunca supe cuál fue su mejor atajada, menos cómo mierda contuvo esa pelota en Perú, pero la sensación que sentí cuando lo vi no sé puede describir. Solo espero que los malditos congresistas lo borren de nuestras memorias ese día, porque al “cóndor” y a mí nos tortura cada día.
w
* Crónica escrita para el curso de periodismo deportivo.

0 comentarios: